Rey Arturo: La leyenda de Excalibur (King Arthur: Legend of the Sword) 2017.

Voy a empezar diciendo una herejía: no me entusiasma Excalibur de John Boorman. Sí, sí. Ya oigo vuestros “buuu” y vuestros “antes molabas” y saboreo el “ya no te leeré nunca más”. Pero si dijese otra cosa, sería mentira, realmente me pareció tan olvidable aquella película que ahora soy incapaz de recordar siquiera una escena interesante. Me cuesta. De hecho, lo único que me viene a la cabeza es el uso decepcionante que hicieron de la épica BSO, usar Oh Fortuna! de Carmina Burana para… para esa escena tan… anodina, debería estar penado por ley. En fin, diciendo esto pretendo dejar claro que su visionado no me condicionó para esta nueva versión de los mitos artúricos. Es más, ni siquiera conozco la historia original, no la he leído todavía. Por eso, cuando decidí ver esta película la única predisposición que tenía era pasármelo bien con la última sobrada de Guy Ritchie, un director que me encantaba pero cuyo rumbo actual no comprendo muy bien.

Y no lo comprendo porque su estilo quedaba de auténtico lujo en historias de granujas sin escrúpulos que intentan salir airosos de situaciones chungas, donde no hay ni buenos ni malos, solo hijos de puta de varios niveles. Con Sherlock Holmes ya era raro ver este enfoque mezclado con un inesperado (por aquel entonces) slow motion y la acción frenética testosterónica combinada con tanta pirotecnia, pero de algún modo funcionaba en la primera entrega. En la segunda ya no tanto, por los excesos y cierto agobio por lo hiperbólico, que llegaba a sacarte de la historia más de una vez. Fallos que se repiten en esta extraña burrada que se ha montado Ritchie con la historia del Rey Arturo, que debería funcionar bien como algo independiente, si te olvidas un poco de su referente, pero no lo hace porque… dios mío, trata de ser tan espectacular y efectista en cada una de las escenas que al final no logras interesarte por ninguna.

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Se minusvalora la narrativa en el cine, la dirección. Es verdad que un buen guion lo hace todo más fácil, pero bajo una mala dirección todo podría irse fácilmente al traste, convertirlo en anodino en el mejor de los casos. Es importante cómo cuentes tu historia, lograr que las partes intimistas contrasten con la acción o/y el drama, conseguir que el espectador se involucre personalmente con los personajes. O, según la intención, simplemente saber llevarlo por un carrusel de emociones, esa montaña rusa vertiginosa con un «in crescendo» en la que uno se lo pase bien y con una sonrisa de niño permanente. Nada de todo esto es fácil de conseguir, y si esta película se hubiese centrado más en los gags, la mala leche de sus personajes, esa locura de montaje que tiene dando saltos de una escena a otra según lo que cuente alguien (literalmente) en ese momento… si se hubiese preocupado, en resumen, por ser una película de Guy Ritchie estilo RocknRolla o Snatch, pero ambientada en el medievo fantástico, podría haber sido algo especial.

Pero no es el caso, esos destellos de lo que podría haber sido quedan eclipsados con un CGI que se desmadra cosa mala y se suceden tópicos y más tópicos por doquier, redundando en escenas supuestamente importantes pero que, a la quinta vez que se repiten, solo crean enormes bostezos. Ese es el principal problema: es aburrida. O a mí me lo ha resultado porque el topicazo de “necesitas superar un trauma para alcanzar el poder”, como metáfora de la superación personal, me agobia a estas alturas. Sobre todo si está tratado con este desarrollo tan torpe, donde insisten machaconamente con un flashback por piezas que a la quinta vez que insisten con él ya estás deseando que se acabe. Todo esto sin mencionar lo que han hecho con la Excalibur, que aquí es una espada que parece sacada de una película de superhéroes exageradísima. Es como si el puto Flash obtuviese el poder de Sauron (el del Señor de los Anillos, por si alguien se confunde con el de X-men) en una entrega de Soul Calibur o God of War. El CGI parece de videojuego, te cuesta incluso saber qué demonios está pasando y canta la Traviata en determinados momentos.

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Aún pese a todo, se deja ver aunque solo sea por algunos diálogos puntuales que recuerdan a películas pasadas del director. Pero… es que no, es que aburre. Aburre mucho. Se deja muchos cabos sueltos a conveniencia de la trama, algunos misterios quedan sin resolver (si era con la intención de desvelarlos en secuelas, por el resultado en taquilla me da a mí que no van a continuar), hay muchos personajes desdibujados o que quedan en meros esbozos, mucha seriedad dramática que no emociona ni convence, nula implicación personal con el protagonista (que en este caso, ¡se debería buscar!), peleas poco interesantes, etc.

Vamos, que si me dais a elegir, aún me quedo con Excalibur de Boorman. Tomad giro sorpresivo. ¿Me vais a seguir leyendo, eh? ¿Ya no me abucheáis? ¿A que no? Pero… volved, ¡VOLVED! ¡Tengo más películas que reseñar! ¡Puedo hacerlo mejor!

Jo.

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