La ciudad de las estrellas (La La Land) 2016.

No sabéis lo mucho que odio nadar a contracorriente cuando puedo reconocer que, después de todo, la película no es mala y no se merece tantos palos. Pero con esta he salido del cine hasta con un poco de mala hostia, pensando que había visto una obra diferente a la que ha visto el resto del mundo, como si proveniese de algún universo paralelo donde es otra cosa muy distinta. Es por culpa de la publicidad, de cómo ha sido magnificada y, sí, por cómo empieza y decide encarrilar su tema principal. Me ha aburrido, me ha decepcionado, me ha enamorado en alguna escena puntual y me ha frustrado muchísimo, porque el tema que trata me toca de lleno y debería haberme gustado. Pero no me gusta que sea tramposa, y lo es, mucho. Damien Chazelle, el director, es un cabrón de mucho cuidado. Me alucinó con la muy excelente Whiplash, pero con esta me ha perdido de lleno.

Paso a desglosar por qué, pero a partir de aquí hay SPOILERS. Si no has visto la película, no sigas leyendo.

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Advertidos quedáis.

A ver, por dónde empezar. No negaré que entré al cine condicionado por la idea de ver un musical de corte clásico muy creativo, vistoso, alegre y entretenido de ver. Algo como The Artist, vaya, pero ambientado en la actualidad y con menos limitaciones. Aún así, no dejaba de tener la sensación de que la película escondería algo más. Sí, pensaba que habría algún giro que la hiciera más oscura de lo que aparenta ser, que no podría ser tan romántica. Y no me equivocaba, solo que no medí bien hasta qué punto se convirtiría en algo muy distinto a lo que esperaba. Y es que su inicio, colorido y dinámico (un baile maravilloso en la autopista, al estilo Broadway, muy motivador) es mero espejismo, es la llama para atraer a las polillas al fuego. La película no tiene miedo de romper las leyes de la realidad en algunas escenas: los personajes flotan, la gente de repente canta sin más, los desconocidos y transeuntes se unen con pasmosa alegría en una coreografía más que ensayada, el escenario cambia sin miedo a los fallos de raccord, hay juegos de luces muy interesantes… se siente como si de repente entrases en un mundo mágico. Para luego trasportarte de puto golpe a la realidad más brusca.

Y es que en su desarrollo se vuelve repentinamente seria, sin apenas musical, desaparecen los homenajes, los personajes se vuelven dramáticos… rompe todos los esquemas. ¿Intencionadamente? Sí, claro, seguro. ¿Me convence? No. No porque no sea lo que esperaba ver, es porque tengo la sensación de ver dos películas cojonudas juntas que no tienen nada que ver entre sí. No siento que el rollo musical-homenaje de cine clásico funcione si luego se desprecia de cualquier manera para volver abruptamente por el final sin muchos motivos. No sé por qué me presentan una introducción tan brillante si luego voy a ver más de tres cuartos de hora de personajes poco dispuestos a lidiar con sus problemas sin mesura y sí con mucha rabia e impotencia. Para mí la película no conecta, o es una cosa o es la otra, pero la mezcla me parece horrible, y a esto cabría sumarle un mensaje para los soñadores que no tengan miedo de romper cosas y el qué dirán que, si bien es necesario, está muy manido. Estoy de acuerdo, vale. Pero también un poco harto del «sermón» y de buscar esa inspiración fácil.

Emma Stone está maravillosa, Ryan Gosling lo hace bien y… bueno. Que en realidad no es mala, no la calificaría como tal, estoy seguro de que a algunos les aportará mucho más que a mí o quizá queden encantados con la propuesta. A lo mejor, con los años y un revisionado, me acabe convenciendo. Quién sabe. Lo que es ahora, me ha agobiado. Por los personajes, por la ruptura de estilo y porque no me parece que encaje. Y a los que dicen que es entrañable o «bonita»… ¿en serio? Bajo ese bonito envoltorio diría que es anti-romántica. Este Chazelle nos ha colado pero bien.

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